15 Dic Si existe un Nobel judío por salvar judíos, Ahmed al-Ahmed lo acaba de ganar – comentario
Ahmed al-Ahmed pertenece a ese árbol genealógico moral de los «Justos entre las Naciones»
Por Zvika Klein

Ahmed al-Ahmad. (Foto: SCREENSHOT/X)
Las imágenes son difíciles de ver e imposibles de olvidar.
En la víspera del primer día de Janucá, mientras las familias se reunían en la playa Bondi para celebrar el Festival de las Luces, los disparos arrasaron a la multitud. Entonces, en medio del caos, un hombre hizo lo impensable. Identificado por medios australianos e internacionales como Ahmed al-Ahmed, un frutero de 43 años de Sídney y padre de dos hijos, se dirigió hacia el atacante, lo agarró por la espalda, le arrebató el arma y lo obligó a retirarse. Recibió un disparo y fue hospitalizado, pero se atribuye ampliamente a su decisión instantánea el haber evitado una masacre aún mayor.
Hay algo profundamente propio de Janucá sobre ese momento.
No porque Ahmed sea judío (según lo que muestran los informes, no lo es), ni porque el heroísmo pertenezca a ningún pueblo o fe. Es Janucá porque Janucá es la insistencia en que la luz no es una metáfora. Es una responsabilidad. Una vela no negocia con la oscuridad. La rechaza, obstinadamente, con la llama por delante.
En la historia judía, la frase «Justos entre las Naciones» se reserva para los no judíos que lo arriesgaron todo para salvar a los judíos durante el Holocausto, reconocidos por Yad Vashem bajo el marco establecido por la ley israelí. Los nombres están grabados en la conciencia judía: Oskar Schindler, quien usó su fábrica para salvar a judíos condenados a muerte, y Raoul Wallenberg, quien ayudó a rescatar judíos en Budapest con documentos de protección suecos. Chiune Sugihara, un diplomático japonés que emitió visas que se convirtieron en salvavidas. Irena Sendler, una trabajadora social polaca que ayudó a sacar clandestinamente a niños judíos del gueto de Varsovia. La familia Ulma en Polonia, asesinada por ocultar judíos.
Estas historias no solo tratan del Holocausto, sino también de la claridad moral bajo presión, de la decisión de ver a un ser humano y no apartar la mirada.

Ahmed al-Ahmad detiene a un atacante durante el tiroteo en la playa Bondi. 14 de diciembre de 2025. (Foto: captura de pantalla/redes sociales)
Ahmed al-Ahmed merece estar entre los Justos entre las Naciones
Ahmed al-Ahmed pertenece a ese árbol genealógico moral.
El contexto es diferente. El siglo es diferente. El armamento es diferente. Pero la ecuación básica es inquietantemente familiar: judíos se reúnen públicamente como judíos, y alguien decide que la visibilidad es un delito castigado con la muerte. Eso no es política. Eso no es «tensión». Eso es odio con un recuento de víctimas. Las autoridades australianas han tratado esta masacre de la playa Bondi como un ataque terrorista contra una reunión judía de Janucá.
Entonces, ¿qué hace el mundo judío cuando un no judío literalmente corre hacia el peligro para salvar vidas judías?
Primero, denle las gracias en voz alta, clara y repetida. No con vagos clichés sobre «humanidad», sino con un reconocimiento directo a lo que hizo: probablemente salvó a docenas, quizás cientos, al detener al menos a un pistolero en medio de un ataque activo. La gratitud no debe susurrarse, especialmente en una época en la que la cobardía moral a menudo se presenta como sofisticación.
Segundo, honrémoslo pública y formalmente.
Es hora de que las organizaciones judías de Australia y del mundo entero eleven a Ahmed al-Ahmed como símbolo de lo que es la valentía cuando es espontánea y sin pulir, cuando surge del instinto y la decencia más que de la ideología. No tuvo que calcular el riesgo. Lo vivió. Según informes, resultó herido y recibió tratamiento médico tras recibir un disparo durante el enfrentamiento.
Y sí, creo que el Estado de Israel debería reconocerlo. Quizás debería ser el próximo galardonado con el Premio Génesis.
No porque los judíos necesiten salvadores, sino porque reconocen la rectitud cuando la ven. Israel no es solo un refugio y una potencia militar, sino también la expresión soberana de la memoria judía. Esa memoria incluye un libro sagrado de quienes apoyaron a los judíos cuando era peligroso, inconveniente o impopular. Cuando Israel honra esa valentía, le indica al mundo que existe una diferencia entre quienes difunden la luz y quienes difunden la oscuridad, y que el pueblo judío conoce la diferencia.
¿Cómo sería el reconocimiento? Una invitación a Jerusalén. Una reunión pública con el presidente de Israel. Una mención nacional a la valentía civil. Un árbol plantado en su honor, no para imitar el marco específico del Holocausto de Yad Vashem, sino para hacerse eco de su mensaje: que salvar vidas judías es un acto que el pueblo judío registra, recuerda y retribuye con eterna gratitud.
Hay otra razón por la que esto importa.
El ataque de la playa Bondi será explotado por extremistas que quieren convertirlo en combustible para la culpa colectiva, la sospecha colectiva y el odio colectivo. Ese camino no lleva a nada bueno. Los judíos saben lo que significa ser juzgados no como individuos, sino como una categoría, un problema, un objetivo.
La historia de Ahmed es el antídoto contra ese veneno.
“En todas las religiones hay quienes difunden la luz, y en todas las religiones hay quienes difunden la oscuridad y el odio”, me escribí a mí mismo después de leer los relatos de lo sucedido. No es un eslogan. Es una llamada a la realidad. El asesino de la playa Bondi eligió la oscuridad. Ahmed eligió la luz.
El mensaje de Janucá no es triunfalismo. Es determinación. El milagro no fue solo que el aceite durara. El milagro fue que los judíos insistieran en encender la menorá de todos modos, en un mundo que se había acostumbrado a decirles que atenuaran su presencia. Por eso Janucá tiene tanta carga emocional en un año en el que a los judíos de todo el mundo se les dice, explícita o implícitamente, que celebren en silencio, que oculten los símbolos, que se empequeñezcan por su propia seguridad.
No. La respuesta a la oscuridad no es la desaparición. Es la luz.
La tradición judía llama a esto ser un «or la’goyim» (una luz para las naciones). También se vincula, en el lenguaje moderno, con tikkun olam (reparar el mundo). Estas frases a menudo se usan en exceso, a veces se vacían de significado. Pero en la playa Bondi, volvieron a cobrar protagonismo. Ser una luz para las naciones no es un ejercicio de marca. Es una exigencia de que los seres humanos elijan la decencia sobre la crueldad, incluso cuando las consecuencias sean inmediatas y personales.
Ahmed al-Ahmed no pronunció un discurso. No escribió un artículo de opinión. No publicó un manifiesto sobre la coexistencia.
Vio cómo perseguían a los judíos y actuó.
El pueblo judío le debe más que aplausos. Le debe reconocimiento, memoria y honor. Y Australia también debería considerar su valentía como un ejemplo, no una excepción, en la lucha por proteger a las minorías y defender la esfera pública.
Este Janucá, se encenderán velas en Sídney, Jerusalén, Nueva York y en innumerables lugares donde los judíos se plantean una simple pregunta: ¿es seguro todavía ser visiblemente judío?
Al menos una respuesta provino del dueño de una frutería que corrió hacia el lugar del tiroteo.
Ahmed al-Ahmed le recordó al mundo cómo es la luz.
Traducción: Consulado General H. de Israel en Guayaquil
Fuente: The Jerusalem Post
