29 Mar Israel al día – Israel y la Ruta del Incienso
Érase una vez, el incienso fue más valioso que el oro. Y era transportado en caravanas de camellos desde el sur de Arabia, atravesando el desierto del Néguev, en Israel, rumbo a Egipto y la India. En la actualidad, la Ruta del Incienso es una aventura que vale la pena vivir.
Restos de la antigua ciudad nabatea de Avdat, en el Néguev. Foto/Haim Pinedo.
El desierto del Néguev, con forma de triángulo invertido, es mucho más que los 13,000 km² que forman, al sur, la parte más ancha del Estado de Israel. En la antigüedad, esta extensa zona tuvo una gran importancia.
Pero, comencemos por el principio.
La aventura inició en Tel Aviv. Desde allí, partimos hacia el Néguev, unos treinta aventureros, ansiosos por recorrer la Ruta del Incienso. Es decir, viajamos alrededor de unos 153 kilómetros al sur, lo que significó poco más de una hora y media de trayecto.
Atrás había quedado la vanguardista Tel Aviv, capital de las startups, con su estilo Bauhaus y sus cálidas playas mediterráneas, para dar paso a otro paisaje, uno desértico y legendario, por donde transitaron, en otros tiempos, largas caravanas de camellos que traían, desde el sur de Arabia, algo más valioso que el oro: el incienso. Junto con sedas, perfumes, oro, mirra, piedras preciosas y especias, el incienso era comercializado en ciudades nabateas que estaban ubicadas en el Néguev, antes de que los mercaderes continuaran su rumbo a Egipto y la India.
Nuestra primera parada fue en Negev Camel Ranch, un rancho de camellos establecido 1986, al este del Néguev, cerca de la antigua ciudad nabatea de Kurnub-Manshit, y a unos pocos kilómetros al sur de Dimona, una ciudad israelí. En ese rancho, nos esperaban decenas de camellos listos para ser montados.
Cada uno de los dromedarios tenía un nombre. El mío, un camello hembra, se llamaba Hamada. Poco antes del mediodía, con un sol clemente de marzo, es decir, con el invierno todavía presente, iniciamos la caravana por el desierto. Y, de esa manera, nos transportamos hacia otro Israel, si acaso uno de tiempos bíblicos.
Paseo en camellos como en la antigüedad, cuando se transportaba el incienso en caravanas. Foto/Haim Pinedo.
Vagamos alrededor de una hora por el desierto, a joroba de camello, en medio de una naturaleza misteriosa como indomable, que invitaba a la reflexión, mientras avanzábamos por pendientes que solamente los camellos sabían cómo andar sin dar un paso en falso. No en vano, en la antigüedad, este era el medio de transporte que utilizaban los mercaderes para atravesar estos vastos parajes desolados, así como, a ratos, empinados.
Tras volver a Negev Camel Ranch, partimos hacia Manshit, una de las cuatro ciudades nabateas en el desierto del Néguev, para continuar con la Ruta del Incienso, que floreció desde el siglo III a.E.C. hasta el siglo II de nuestra Era.
Esta ruta fue comercializada principalmente por los nabateos, un antiguo pueblo ismaelita que se desarrolló al sur del actual Israel y al este de lo que, hoy en día, es Jordania, donde se encuentra Petra, la ciudad capital nabatea que está situada a unos 80 km al sudeste del Mar Muerto.
Manshit, así como Avdat, Shivta y Halutza, formaba parte de una red de centros logísticos en la Ruta del Incienso. De acuerdo con los historiadores, los nabateos no dejaron escritos sobre sus actividades. Sin embargo, las ruinas de Manshit, por mencionar un ejemplo, son las huellas de una cultura bien organizada, que construyó en el desierto fortalezas, palacios y templos, antes de desaparecer.
Si pensaron que, hasta aquí, estábamos exhaustos, se equivocaron. Nos trasladamos –cerca de la zona– a Ein Avdat, donde disfrutamos de un banquete beduino en una carpa. Sentados en el piso, sobre alfombras y almohadones, nos dispusimos a comer. Y saboreé un arroz con pollo, uno de los mejores que he comido, con especias. Una sazón exótica que nunca antes había probado. Por supuesto, no faltaron las ensaladas con tomate, pepino y coliflor, y la deliciosa lafah, el pan árabe. También estaba el tradicional humus, una pasta hecha de garbanzos. Al final, cerramos con un buen café beduino.
Entrada principal a Avdat, uno de los centros logísticos de la Ruta del Incienso. Foto/Haim Pinedo.
La tarde había caído ya. Pero aún había tiempo para conocer una ciudad nabatea más: Avdat. Y hacia allá fuimos. Estos restos arqueológicos, como los de Manshit, Shivta y Halutza, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en 2005.
Avdat era un asentamiento nabateo que en el período bizantino se convirtió en una ciudad agrícola. Es por eso que en la actualidad se puede apreciar arcos y columnas bizantinas, así como cisternas de almacenamiento de agua y restos de antiguas iglesias. Sin embargo, en la Advat nabatea aún continúan de pie algunas paredes de piedra caliza de templos dedicados a diferentes dioses, como a Dushara, el dios principal.
Sin duda, la combinación de naturaleza y arqueología en la Ruta del Incienso, por el desierto del Néguev, hicieron de esta aventura una experiencia emocionante, así como inolvidable.
Fuente: Aurora Digital
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