18 Sep Los acuerdos de paz demuestran que Kushner y los amateurs son mejores en diplomacia que los “expertos”
La ceremonia que se llevó a cabo esta semana para sellar los acuerdos de normalización entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin marcó uno de los logros característicos de la administración Trump. Si bien el presidente Donald Trump, como es su costumbre, se llevó la mayor parte del mérito, junto a él estaba el hombre que también merece gran parte de los elogios por este triunfo.
Jared Kushner, asesor presidencial de alto rango, puede que aun sea menospreciado por toda la prensa nacional y los estamentos de la política exterior. Pero si son honestos, tendrán que admitir que los acuerdos le han ganado a Kushner un lugar en la historia diplomática estadounidense por ayudar a poner fin al apoyo árabe a la guerra de los palestinos contra el estado judío.
Darle a Kushner el crédito que se merece sería un trago amargo para sus muchos críticos. Durante los tormentosos primeros meses de 2017, pocos nombramientos de Trump fueron recibidos con tanto desprecio como la decisión de nombrar a Kushner para liderar los esfuerzos para llevar la paz a Oriente Medio.
La calificación principal de Kushner para el trabajo parecía ser la misma que la razón por la que fue nombrado asesor principal del presidente. Como esposo de Ivanka, la hija del presidente – quien recibió el mismo título en su calidad de consejera más cercana de su padre – a Kushner se le asignaron varias responsabilidades en los caóticos primeros meses de la nueva administración.
Pero entregar la cartera de Medio Oriente a un adinerado ex magnate inmobiliario y editor a tiempo parcial – cuya única experiencia con la política de Medio Oriente se derivaba de su educación en escuelas judías y el turismo en Israel – le pareció al establecimiento de la política exterior tanto cómico como indignante.
A algunos de los diplomáticos estadounidenses más experimentados y respetados del último medio siglo se les había asignado la misma cartera y habían fracasado. Los alardes de Trump de negociar el «acuerdo definitivo» entre Israel y los palestinos se consideraron ridículos. Darle el puesto a Kushner se consideró una prueba más de la estupidez de Trump.
La burla no se limitó a Kushner. El resto del equipo de Trump en Oriente Medio estaba tan desprovisto de experiencia diplomática como él. El jefe del equipo negociador fue Jason Greenblatt, anterior director legal de la organización Trump. Otro fue Avi Berkowitz, un abogado que había trabajado para Kushner de manera privada y luego lo siguió a la Casa Blanca como su asistente tanto en asuntos internos como en negociaciones en Medio Oriente. Completando el cuarteto que finalmente tendría acceso exclusivo a los planes de Kushner estaba David Friedman – un abogado de Nueva York que manejó casos de bancarrota para el presidente y recaudó dinero para el movimiento de asentamientos israelíes – quien fue nombrado embajador en Israel.
Todos son judíos. Si bien algunos de los que habían trabajado en el proceso de paz en el pasado también eran judíos, ninguno de ellos había apoyado abiertamente a Israel, como sí lo habían hecho Kushner y su equipo.
Los miembros del gabinete inicial de Trump no tenían ningún uso para Kushner. Según el nuevo libro de Bob Woodward, Rage (Furia), tanto el secretario de Estado Rex Tillerson como el secretario de Defensa Jim Mattis creían que su papel era «guiar» al inexperto Trump, actuando como los «adultos» que evitarían que los amateurs estropearan las cosas. A Tillerson, según Woodward, le molestaba la relación de Kushner con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu – a quien el asesor había conocido cuando era estudiante de escuela. Tillerson dijo que le parecía que la amistad entre Kushner y el primer ministro era «nauseabunda de ver» y «le revolvía el estómago».
La reacción de Tillerson encajaba con las opiniones de los estamentos de la política exterior. Los esfuerzos estadounidenses anteriores para promover la paz en la región se basaron en dos supuestos. Una era que no se podía avanzar hacia mejores relaciones entre Israel y el mundo árabe hasta que se llegara a un acuerdo de paz con los palestinos. La otra era que la forma de lograr ese objetivo era que Estados Unidos ejerciera presión sobre Israel para satisfacer las ambiciones palestinas de un estado independiente.
Kushner y su equipo se dieron cuenta de que este enfoque había conducido a repetidos fracasos. Lo rechazaron y revolucionaron la política estadounidense. Los acuerdos de los EAU y Bahréin son el resultado.
El asesor presidencial de Estados Unidos, Jared Kushner, frente a un avión de El Al en el aeropuerto de Abu Dabi, luego del primer vuelo comercial de Israel a los Emiratos Árabes Unidos. GETTY
Kushner no produjo mágicamente la paz entre Israel y los palestinos. Pero a diferencia de sus predecesores – que continuaron, a pesar de la abundante evidencia que confirmaba lo contrario, creyendo que la cantidad adecuada de presión sobre Israel llevaría a la Autoridad Palestina a la mesa – el equipo de Trump adoptó un enfoque realista del conflicto.
Comenzó con el exitoso esfuerzo de Kushner por educar a Trump sobre la Autoridad Palestina y su líder, Mahmoud Abbas. Como informa Woodward, Tillerson se indignó cuando Kushner le dejó en claro al presidente que la pose de Abbas como un abuelo bondadoso era fraudulenta. La Autoridad Palestina no solo había rechazado repetidamente las ofertas de paz, sino que estaba subsidiando el terrorismo mediante el pago de pensiones y salarios a los terroristas condenados y sus familias. Durante demasiado tiempo, los gobiernos estadounidenses se habían hecho de la vista gorda. Trump buscó responsabilizar al líder de la Autoridad Palestina por su comportamiento.
Kushner también apoyó el deseo de Trump de cumplir las promesas presidenciales anteriores de trasladar la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén. Si bien los expertos habían predicho que el mundo árabe se incendiaría con tal acción, Kushner discernió acertadamente que la decisión solo se enfrentaría a una oposición árabe pro forma y enviaría un mensaje a los palestinos de que Estados Unidos ya no complacería sus fantasías de sacar a los israelíes de su capital.
En el centro de los cálculos del equipo de Kushner había una idea que el grupo había obtenido del campo en el que sus miembros tenían experiencia real: el sector inmobiliario. Como señaló Adam Entous en un artículo de junio de 2018 en The New Yorker, Kushner entendió lo que los palestinos y sus facilitadores extranjeros no entendieron: el tiempo no estaba de su lado.
Como señaló Entous, los palestinos no querían tratar con «agentes inmobiliarios» en lugar de diplomáticos que creían que Abbas tenía toda la fuerza. El equipo de Trump entendió que el apaciguamiento de Obama hacia Irán y el disgusto de las naciones árabes con décadas de intransigencia palestina significaba que la posición de Abbas estaba esencialmente en ruinas. Para los «agentes inmobiliarios», los palestinos eran el equivalente a un terrateniente atascado con una propiedad sobrevalorada y deteriorada que nadie quería. La única opción disponible para ellos era una venta por quiebra que significaría que los términos de cualquier acuerdo de paz serían menos generosos que los que les habían ofrecido los gobiernos estadounidenses e israelíes anteriores.
El esquema de «Paz para la prosperidad» de Kushner, presentado a principios de este año, aun ofrecía a los palestinos un estado independiente y la ayuda que necesitan para prosperar. Pero frente al mismo rechazo palestino que había obstaculizado a los negociadores anteriores, Kushner se centró en lograr lo posible en lugar de lo imposible.
Durante la administración de Obama, Arabia Saudita y otros estados del Golfo temían la forma en que el acuerdo nuclear de Obama había enriquecido, empoderado y alentado a Irán a perseguir agresivamente la hegemonía regional. A diferencia de Obama, que ignoró esas preocupaciones, Kushner escuchó. Trump se retiró del acuerdo e implementó sanciones destinadas a obligar a Teherán a negociar el fin de su programa nuclear y su apoyo al terrorismo.
Los estados árabes ya habían establecido estrechos lazos ocultos con Israel, a quien ahora ven como un aliado estratégico contra Irán. Pero al establecer una relación con los aliados de Estados Unidos en el Golfo, incluido el controvertido príncipe heredero saudí Mohammad bin Salman, quien podría haber frustrado las acciones de sus vecinos, pero no lo hizo, Kushner ayudó a persuadirlos de dar el siguiente paso y trabajar hacia relaciones diplomáticas y económicas plenas.
Los palestinos se quejan, pero a sus antiguos patrocinadores árabes no les importa. En lugar de aceptar la oferta de Kushner e intentar mejorarla en las negociaciones, los palestinos demostraron ser incapaces de abandonar su guerra contra el sionismo. Kushner entendió esto y no permitió que impidiera acuerdos que estaban esperando ser hechos.
Kushner no debería contener la respiración esperando las disculpas de quienes se burlaron de su nombramiento o de sus políticas durante los últimos tres años y medio. La rabia contra Trump y su familia es tan profunda en los principales medios de comunicación y entre los profesionales de la política exterior que ni siquiera estos acuerdos históricos son suficientes para darles a Kushner y sus colegas el crédito que merecen.
Pero ya sea que los críticos lo admitan o no, el cuarteto de amateurs de Kushner ha hecho más para promover la causa de la paz que todos los profesionales y expertos en el cuarto de siglo anterior.
Jonathan S. Tobin es editor en jefe de JNS.org y columnista del New York Post. Sígalo en Twitter: @jonathans_tobin.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor.
Fuente: Newsweek
Traducción: Consulado General H. de Israel en Guayaquil