Unos Glorifican La Muerte, Otros Luchan Por La Vida

Muhamad Abd el Rahman, musulmán, árabe israelí, paramédico que intentó salvar a la policía apuñalada.

La compleja realidad que solemos cubrir desde Jerusalem, nos acerca a duras contradicciones entre quienes dejan la sensación de que todo está perdido y quienes inspiran esperanza en la condición humana, por sobre diferencias religiosas, étnicas y políticas.

El viernes de la semana pasada, una joven policía israelí, Hadas Malka de 23 años, fue apuñalada de muerte mientras montaba guardia en la Ciudad Vieja de Jerusalem. Fue asesinada por un palestino de 18 años convencido de que con ello iría a encontrarse en el paraíso con 72 vírgenes, tal cual prometen los extremistas islamistas a los incautos a los que mandan morir matando.

El primero que trató de salvar la vida de la joven israelí, fue un musulmán con una concepción de vida muy distinta, el ciudadano árabe israelí Muhamad Abed a-Rahman, de la localidad Abu Ghosh, experiente paramédico en Magen David Adom, la Estrella de David Roja (el paralelo israelí de la Cruz Roja), que ya intervino en los esfuerzos por curar, sanar y salvar en numerosos atentados a lo largo de los años, tras los que llegó con sus pares, israelíes de diferentes comunidades y religiones, a socorrer a las víctimas.

Un abismo separa a esos musulmanes tan distintos. Es de hecho el mismo abismo que separa a los terroristas islamistas que atacaron recientemente a inocentes en Londres al grito de “Alá es grande” y al Imam de la mezquita que impidió que sea linchado el hombre que poco antes había embestido a quienes habían salido de las oraciones nocturnas del Ramadan, reteniéndolo hasta que llegue la policía.

La reacción de una sociedad, de una comunidad, ante el terrorismo, es clave. Y lamentablemente, lo que se da en general del lado palestino, es motivo de preocupación.

Terroristas atacan, disparan, acuchillan, asesinan y cuando las fuerzas de seguridad israelíes responden, autoridades palestinas acusan a Israel de haber matado sin razón a los “mártires”, término que conlleva una carga emocional positiva, como si quienes se convierten en tales hubiesen hecho algo por una buena causa. Esta vez, tras el asesinato a puñaladas de la joven policía en Jerusalem, los palestinos fueron más allá de ello aún y el movimiento Al Fatah encabezado por el propio Presidente Mahmud Abbas, acusó a Israel de cometer un “crimen de guerra” por haber dado muerte a los tres terroristas. Tres decimos, ya que antes de abalanzarse uno de ellos sobre Hadas Malka, otros dos habían baleado a otros policías, logrando únicamente herir a uno de ellos antes de ser abatidos.

Los tres, jóvenes de 18 años de la aldea Dir Abu Mashal cerca de Ramallah- Adel Ankush, Osama Ata y Bura Salah- eran tres amigos que se conocieron en la mezquita de la aldea y planificaron juntos salir a matar judíos en Jerusalem durante el Ramadan.

Como tras otros atentados, de inmediato comenzaron a difundirse por diferentes partes de Cisjordania posters con las fotos de los tres palestinos, presentados como héroes y “mártires”. No es mera interpretación nuestra sino lo que dice en varios casos el texto que acompaña sus fotos: “los mártires de la operación heroica en Jerusalem”.

Tenemos claro que no todos los palestinos apoyan el terrorismo ni la violencia. Más allá de su comprensión de lo nocivo que resulta para ellos mismos, conocemos personalmente a muchos que se oponen por consideraciones morales, humanas. Al mismo tiempo, hay algo demasiado generalizado en la sociedad palestina, que permite la glorificación del terrorismo. De lo contrario no se verían esos posters, no se hablaría con tanta naturalidad en los medios palestinos y en las redes sociales de los “héroes”.

Sin ese ambiente general que justifica el asesinato y lo elogia, no se habría podido seguramente oir a Zeinab Ankush diciendo que estaba “orgullosa” de su hijo.

“El optó por morir como shahíd, mártir, pero yo no sabía nada al respecto”, dijo el domingo a Ohad Hemo, el cronista de asuntos palestinos del canal 2 de la televisión israelí, que llegó a su casa a entrevistar a la familia. “Espero que nos encontremos en el paraíso. Gracias a Dios estoy orgullosa de él. Quería que logre matar a 20, 50, 100 de ellos. Hizo temblar la tierra bajo sus pies”.

Nos atrevemos a suponer que también la madre de Adel Ankush sufre por la muerte de su hijo y que por más convencida que esté que se halla en el paraíso reunido con 72 vírgenes que lo hacen feliz, seguramente llora por no tenerlo cerca. Pero cuando el dolor a nivel personal va envuelto en un ambiente de fanatismo de fondo, de glorificación del terrorismo, lo que puede decir públicamente es lo que acabamos de citar. Y ya ni siquiera importa si es lo que realmente siente o no. Si lo dice porque cree que ese es el mensaje aceptado, el normal, ahí ya está el problema.

A esto se suma por cierto la política oficial de la Autoridad Palestina, que habla de paz ante Occidente mientras en su propia casa no sólo se manifiesta en términos que justifican la violencia, sino que también actúa de modo que la alienta. Los pagos a las familias de los terroristas son un ejemplo. Y otro, peligroso por su terrible significado educativo, es la glorificación directa de los asesinos, por ejemplo mediante monumentos y plazas públicas que llevan sus nombres.

Un nuevo informe de Palestinian Media Watch publicado esta semana, reveló que recientemente fue inaugurada en la ciudad de Jenin una plaza en memoria del “Shahíd” (mártir) Khaled Nazzal, uno de los planificadores de la recordada masacre en la escuela de Maalot, en el norte de Israel, en la que 22 alumnos y 4 adultos fueron muertos el 15 de mayo de 1974 cuando una célula del Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) irrumpió al lugar.

Nazzal también fue quien planeó el atentado del 11 de noviembre de 1974 en la localidad de Bet Shean que culminó con la muerte de los cuatro rehenes tomados por los terroristas en el lugar, así como el ataque con armas de fuego y granadas en el centro de Jerusalem el 2 de abril de 1984, que terminó con un muerto y 47 heridos.

El mensaje de la Autoridad Palestina es preocupante, al promover, apoyar y avalar estas iniciativas recordatorias de terroristas.

“Nuestro liderazgo y nuestro pueblo continuarán marchando por la senda de los mártires”, declaró en el acto de inauguración de la plaza el Vice Intendente de Jenin Mahmud Abu Mweis. El distrito de Jenin y la Municipalidad auspiciaron la construcción de la plaza.

Por más natural que sea que los palestinos vea a sus muertos distinto de cómo los ve Israel ¿acaso no está claro que glorificar el recuerdo de quien orquestó la matanza de civiles es un apoyo al terrorismo?

¿Qué aspecto de ese atentado puede alguien considerar justificable, legítimo, digno de servir de mensaje al ciudadano palestino que pase hoy por la nueva plaza?

La nueva plaza en Jenin no es el único ejemplo de este tipo. No detallaremos aquí todos los demás, pero sí mencionaremos uno que nos debe interesar, como uruguayos: el monumento a Ahmed Jabarah (Abu Sukkar) en Turmus Ayya. Fue quien planeó el atentado de 1975 en el que una heladera llena de explosivos estalló en el centro de Jerusalem matando a 15 personas y dejando a más de 60 heridas. Entre los muertos había tres uruguayos: Meir, Rosita y Ahava Zimmerman (de solo 10 años de edad).

Y no se puede olvidar la plaza en Ramallah que honra a Dalal Mughrabi , la terrorista responsable del atentado más cruento registrado hasta el momento, recordado como “la matanza de la costa”. Mughrabi y otros terroristas de Al Fatah secuestraron en 1978 un ómnibus, mataron a 37 civiles, 12 de ellos niños, y dejaron a más de 70 heridos.

Mientras esta apología del terrorismo no cese, no habrá paz, haga lo que haga Israel.

 

Fuente: Por Israel



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